MIS AMIGOS LOS LIBROS: La Constelación del Perro, de Peter Heller, por Ancrugon

 



Cuando compré La Constelación del Perro no lo hice por el título, sinceramente no me resultó atractivo y me sugería una especie de lectura de autoayuda o esotérica o, incluso, de esas de aventuras disparatadas. Tampoco me ayudó demasiado leer la sinopsis que aparece en su portada posterior:

“Los humanos casi se han extinguido, Big Hig no está infectado, así que debe seguir aquí, intentar mantenerse con vida en un hangar junto a su perro. También con la ayuda de su pequeño avión Cessna y de Bangley, su vecino violento. Y con un libro de poemas, algo de petróleo y cada lata de Coca-Cola que puede conseguir. Su esposa también ha muerto (está tan solo que inventó una constelación para ella). Incluso cuando parece que ya no queda nada, él quiere continuar. Pero sobrevivir ya no es suficiente. Entonces se le presenta la oportunidad de cambiarlo todo, de lanzarse a la búsqueda de lo desconocido para encontrar algo que jamás hubiese imaginado”.

Sin embargo, me lo quedé. Lo coloqué en la estantería destinada a las próximas lecturas y supuse que tardaría en rescatarlo, pero me equivoqué. Algo había en él que me llamaba, puede que la curiosidad, tal vez el hecho de no ser demasiado grueso, tal vez el morbo que me llevó a comprarlo pensando que no me iba a gustar… No lo sé. El caso es que, nada más concluir con el que llevaba entre manos, me puse con él. Y menuda sorpresa. Me atrapó desde las primeras páginas y lo devoré en dos días.

¿De qué va?, me preguntaréis. Pues, puede decirse que es una novela de ciencia ficción, aunque, tristemente, esa ficción está bastante cerca de convertirse en una realidad…

En un mundo contaminado y donde los humanos han logrado acabar con bastantes especies animales, un buen día aparece un virus de la gripe aviar que se escapó por accidente, convirtiéndose rápidamente en una pandemia. La gente enfermaba por centenares, por miles, y moría a la misma velocidad. Sobrevivieron solamente los inmunes a ese virus, pero otra enfermedad de la sangre azotó a los que quedaban, lo cual disminuyó en mucho la poca población que quedaba sobre la Tierra. Los supervivientes se aferraron a la vida con todas sus fuerzas y con toda su desconfianza, por lo que, en lugar de juntarse y colaborar, se convirtieron en carroñeros voraces que destruían a sus semejantes.

Big Hig, su perro Jasper y su vecino Bangley, convivían en un pequeño aeropuerto del medio oeste norteamericano, en las Montañas Rocosas. Big Hig volaba diariamente con la Bestia, su pequeño avión, para explorar y vigilar los terrenos colindantes. Cerca malvivían “las familias”, una colonia de menonitas que tienen el mal de la sangre y a quienes les lleva algún regalo, como bebidas o algo de comida, pero a los que no se acerca por miedo a contagiarse. Hig, Jasper y Bangley saben defenderse, sobre todo el último, dentro de su perímetro y, a veces, aunque le duela allá adentro, en la parte todavía humana de Hig, matan para no ser asesinados. Es una vida sin futuro, sin esperanza, porque no hay nada que esperar, pues lo único que les queda son los recuerdos, algo que les causa más daño que consuelo.

Bangley siempre está vigilante, pero a Hig le gusta subir a la montaña, con el perro, su trineo, la escopeta y la caña de pescar, para perderse entre los bosques que se van recuperando, conquistando territorio, para descubrir que especies que se creían desaparecidas, van regresando del más allá, y pensar, recordar y perderse entre las estrellas en las noches frías.

Pero hay un momento de inflexión que cambia el rumbo de la novela, el cual me voy a callar para no desvelar secretos que es mejor que vosotros descubráis a solas.

Hasta aquí, diréis, no hay nada especial. Posiblemente así lo parezca, pero ya las formas, el lenguaje, los silencios, el ambiente que se respira, no sé, un algo que te va envolviendo, el mismo hecho de que esta historia parece más una metáfora de la misma vida, un símbolo de la soledad existencial en la que todos estamos embutidos, la llegada de ese momento en el que ya no hay vuelta atrás, en el que ya todo es resistir hasta que el cuerpo aguante, ese en el que los recuerdos se convierten en el mayor tesoro y los proyectos se limitan a ver amanecer un día más… Todo hace que te sientas identificado con el protagonista, que te metas en su piel, que sientas lo que él siente porque, cuando te das cuenta, estás reviviendo un poco de tu yerma existencia. En pocas palabras, esta novela nos invita a reflexionar.

Si a esto le añadimos la emoción de la aventura, la intensificación del ritmo, la claridad de las ideas expuestas, el lirismo de las descripciones de aquellos paisajes idílicos, la tensión, las dudas, los miedos, la acción y la hábil utilización de la sencillez, tenemos un cóctel perfecto para hacer de este libro un candidato perfecto para las próximas lecturas.

La Constelación del Perro fue la primera novela del escritor norteamericano Peter Heller, pero para hablar de él, de quien, si tengo que ser sincero, no conocía nada, voy a transcribir literalmente la biografía que aparece en las solapas de su libro, y no por pereza, sino por la considero bastante buena:

“La primera gran aventura que emprendió Peter Heller (Nueva York, 1959), a los veintinueve años, también podría haber sido la última. El primer día de esa peligrosísima expedición en kayak por las aguas de la meseta tibetana uno de sus compañeros de aventura murió en sus brazos. Desde entonces no ha dejado de explorar los límites de la naturaleza y también de la escritura.

Cuando era un niño en Brooklyn Heights, Heller prefería indagar en los arbustos y encaramarse a los árboles antes que jugar con un balón en el patio, y le emocionaba más escuchar el discurso de Martin Luther King (“la música del lenguaje”) que las canciones de los Beatles. Liberado del colegio, vivió en Boulder, Colorado, donde enseñaba kayak, trabajaba como repartidos de pizzas y escribía poemas y relatos en su habitación. Solo ha abandonado la segunda de esas tres actividades, a la que ha sumado una pasión absoluta por el surf, que acredita en el diario de su página web, donde recoge los mails de lectores y aventureros afines que probablemente aparezcan más adelante en alguno de sus libros.

Aunque ahora, superados los cincuenta años, está viviendo otra aventura más doméstica (el matrimonio), Heller no ha abandonado ni la mochila ni el bloc de notas: en 2002 se alistó en una ambiciosa aventura acuática en el Gran Cañón de Tsangpo River, que dio origen a Hell or High Water: Surviving Tibet’s Tsangpo River, obra distinguida con diversos premios. Tres años después, Heller, a encargo de National Geographic Adventure, se subió a un barco eco-pirata que navegó las aguas antárticas para abortar las labores de la poderosa flota ballenera japonesa. En 2007 remó hacia una cala con una cámara en su casco para descubrir la matanza de delfines y de ballenas en algunas remotas calas niponas.

Dice Heller que lo bueno de escribir sobre una aventura en lugar de vivirla es que “no necesitas ibuprofeno”. También que la ficción le permite no saber qué sucederá a continuación. Quizás por todo ello, en 2012 debutó como novelista con La Constelación del Perro, la aventura apocalíptica de un superviviente nato y de un narrador sensible. Como Heller”.

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