ENLACES: Inicio de curso, por María Elena Picó Cruzans

 


Me suelen dar qué pensar esas frases que transmitimos, a veces, a los adolescentes, en forma de consignas.

Pero cómo explicarles (y de paso hacernos conscientes nosotros mismos) que existe una voluntad que excede los límites de lo que está en nuestras manos. Y, sobre todo, cómo explicar que ese exceso no menoscaba nuestra libertad personal.


Escribió Mario Benedetti en una ocasión que los finales de siglo se parecen. Quizá sea cierto que los finales se parezcan, y también los comienzos. Yo, cada inicio de curso, conecto con emociones que me resultan conocidas, aunque no dejan de sorprenderme.  Pero este inicio de curso está siendo muy curioso para mí. Hace tiempo que transito por los pasillos y aulas de mi instituto; pero este curso es como si fuera nuevo para mí. “El observador interviene en lo observado”, ¿no es así? Por lo que parece difícil conocer la realidad objetiva. Las únicas certezas son las que nos dan nuestras creencias (conscientes o inconscientes). ¡Curiosa paradoja!

A veces tenemos la certeza (inconsciente) de que la no-acción nos “salva” de la culpa. ¡Podemos llegar a sentirnos muy amenazados con la culpa! Y otras, nos llevamos muy mal con el dolor, y sólo nos sentimos seguros cuando vivimos anclados en el conflicto.

Hay sonrisas que revuelven los estómagos.

Cuando no soportamos la culpa nos revestimos con victimismo.

Cuando no sostenemos el dolor nos disfrazamos de perpetradores.

Pero lo habitual es que los papeles se intercambien en relaciones más o menos pervertidas, cuando nos sentimos encasillados en el rol y respaldados por la autocomplacencia que da la incomprensión. ¡Verdugos y víctimas son grandes incomprendidos!

Por eso, a veces, la única opción es rendirse.

Hasta para la restricción es necesario hacer restricciones. Y cuando esto ocurre algún grito desvela muchos silencios.

Se me ocurren tres tipos de rendición. Una es la que viene tras la derrota. Otra es la que antecede a la batalla. Otra es la que se lleva a cabo con las fuerzas intactas. A la primera se le llama “abatimiento”; a la segunda, “resignación”. Y la tercera es la que se nombra como “perseverancia”. En el abatimiento la grandeza de la vida no compensa. En la resignación se produce la retirada antes de la lucha. En la perseverancia tomo la vida como algo más grande, y la fortaleza de la vida no es mi debilidad.

La derrota deviene cuando la vida acaba con mis fuerzas: la fortaleza de la vida es mi debilidad.


En algunas rendiciones sólo sobreviven estas palabras: “sí que pasa; sí que duele”. Es cuando logramos situarnos más allá de la autocompasión, el victimismo o la sumisa resignación. Se trata de una rendición desde la autoestima. “Sí que pasa; sí que duele”.

Cuando el miedo ya no es el lastre es cuando te das cuenta del valor de sentir miedo.

Y entonces puedes caminar por los pasillos transitados como si fueran por descubrir.

A veces las palabras no hacen más que aumentar el palabrerío. Se me ocurre el término de “transversalidad especular”, según el cual la inclusión y la exclusión, la integración y la segregación no son más que dos caras de una misma moneda. En la exclusión se excluye la persona y se incluye la diversidad; en la inclusión se incluye la persona y se excluye la diversidad. A menudo perdemos de vista que estamos en un contexto escolar. La inclusión no tiene por qué ser un procedimiento; podría ser tan solo el objetivo (que no es poco).

Y siempre cabe la posibilidad de hacer de un antro un lugar habitable.


Hace poco creí ver en un paso de cebra a mi maestro de octavo de EGB. Es curioso, porque últimamente lo he tenido muy presente. Se me ha ido haciendo presente en algunas vivencias.

Se llama Juan Antonio. Lo llamábamos Juanan. Y recuerdo que nos llevaba de excursión por los parajes de Segorbe y nos animaba a percibir la naturaleza con todos nuestros sentidos. No lo hacía de forma metafísica ni bucólica ni esotérica… lo hacía a su forma. Para nosotros era algo natural y placentero. También me enseñó las reglas de ortografía y nos solía cantar canciones con su guitarra. Así conocí a autores como Javier Krahe y otros que no sabría decir sus nombres.

Imagino su sonrisa entre irónica y escéptica.

No sé muy bien qué causa o causas influyen para que el recuerdo guarde fotografías de instantes de la vida. Creo que esta fotografía vale la pena enmarcarla.


Este inicio de curso está resultando muy curioso. Ya lo dije, ¿verdad? Quizá entre las razones esté que voy a cumplir cincuenta años. No sé.  Es como si las experiencias que he ido viviendo estos años estuvieran rendidas, y desde esa rendición fueran expandiéndose. Es por ello que voy a escribir sobre estas vivencias en esta sección de “Enlaces”. Como siempre, desde que era niña, mis escritos han acompañado mis libretas de escuela. Siguen haciéndolo. Y esto que escribo, antes fue escrito en ellas.


Una de estas vivencias la tuve hace un par de años, cuando asistí a un curso de formación con María Colodrón en el que Moira nos inició en CNV (la Comunicación No Violenta).  Moira, con el fin de no dejarnos salir inocentes de ese taller, nos había propuesto plantearnos dos expectativas para llevar a pie de calle lo trabajado. Una de las mías era poder aplicar este aprendizaje en la comunicación con mis alumnos; la otra era salir viva de mi anterior expectativa. Aparte de las sonrisas cómplices del grupo cuando expuse mis expectativas fue muy interesante el trabajo realizado y todas las vivencias que generó a pie de aula. Estuve días experimentando la relación entre protección y defensa, y me di cuenta de que la protección tiene mucho que ver con el autocuidado, y no tanto con la previsión, ya que prevenir puede tener el alto precio de perder nuestra espontaneidad y nuestra confianza.

A veces los alumnos (de cualquier edad, por cierto), ante la posibilidad cada vez más cercana de un suspenso amenazante, van colocándose en pie de guerra. Y entonces piden “igualdad”. Yo entonces me doy cuenta de que a veces los alumnos desean igualdad, pero lo que necesitan es equilibrio. Y también de que debemos tomar conciencia del “significado” que damos a las palabras.

La CNV me puso en contacto, pues, con la actitud de CUIDADO, desde sus diferentes facetas: una, la de “defenderse”, desde la necesidad de establecer límites; otra, la de “protegerse”, desde la opción de elegir ser feliz por encima de tener razón, ésta es la que tiene en cuenta nuestros recursos y resistencias, y, por último, la de “rendirse” a lo que no está en mi mano: “Sí que pasa; sí que duele”. A veces el siguiente paso en nuestro camino no está en dejar de dar, sino en empezar a tomar.

Y esta actitud de cuidado, como el amor, empieza por uno mismo. Quizá de esta manera pueda atender mis dos expectativas.


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