ENLACES: Inicio de curso, por María Elena Picó Cruzans
Me suelen dar qué pensar esas frases que
transmitimos, a veces, a los adolescentes, en forma de consignas.
Pero cómo explicarles (y de paso hacernos
conscientes nosotros mismos) que existe una voluntad que excede los límites de
lo que está en nuestras manos. Y, sobre todo, cómo explicar que ese exceso no
menoscaba nuestra libertad personal.
A veces tenemos la certeza (inconsciente) de
que la no-acción nos “salva” de la culpa. ¡Podemos llegar a sentirnos muy
amenazados con la culpa! Y otras, nos llevamos muy mal con el dolor, y sólo nos
sentimos seguros cuando vivimos anclados en el conflicto.
Hay sonrisas que revuelven los estómagos.
Cuando no soportamos la culpa nos revestimos
con victimismo.
Cuando no sostenemos el dolor nos disfrazamos
de perpetradores.
Pero lo habitual es que los papeles se
intercambien en relaciones más o menos pervertidas, cuando nos sentimos
encasillados en el rol y respaldados por la autocomplacencia que da la
incomprensión. ¡Verdugos y víctimas son grandes incomprendidos!
Por eso, a veces, la única opción es
rendirse.
Hasta para la restricción es necesario hacer
restricciones. Y cuando esto ocurre algún grito desvela muchos silencios.
Se me ocurren tres tipos de rendición. Una es
la que viene tras la derrota. Otra es la que antecede a la batalla. Otra es la
que se lleva a cabo con las fuerzas intactas. A la primera se le llama
“abatimiento”; a la segunda, “resignación”. Y la tercera es la que se nombra
como “perseverancia”. En el abatimiento la grandeza de la vida no compensa. En
la resignación se produce la retirada antes de la lucha. En la perseverancia
tomo la vida como algo más grande, y la fortaleza de la vida no es mi
debilidad.
La derrota deviene cuando la vida acaba con
mis fuerzas: la fortaleza de la vida es mi debilidad.
Cuando el miedo ya no es el lastre es cuando
te das cuenta del valor de sentir miedo.
Y entonces puedes caminar por los pasillos transitados
como si fueran por descubrir.
A veces las palabras no hacen más que
aumentar el palabrerío. Se me ocurre el término de “transversalidad especular”,
según el cual la inclusión y la exclusión, la integración y la segregación no
son más que dos caras de una misma moneda. En la exclusión se excluye la
persona y se incluye la diversidad; en la inclusión se incluye la persona y se
excluye la diversidad. A menudo perdemos de vista que estamos en un contexto
escolar. La inclusión no tiene por qué ser un procedimiento; podría ser tan
solo el objetivo (que no es poco).
Y siempre cabe la posibilidad de hacer de un
antro un lugar habitable.
Se llama Juan Antonio. Lo llamábamos Juanan.
Y recuerdo que nos llevaba de excursión por los parajes de Segorbe y nos
animaba a percibir la naturaleza con todos nuestros sentidos. No lo hacía de
forma metafísica ni bucólica ni esotérica… lo hacía a su forma. Para nosotros
era algo natural y placentero. También me enseñó las reglas de ortografía y nos
solía cantar canciones con su guitarra. Así conocí a autores como Javier Krahe
y otros que no sabría decir sus nombres.
Imagino su sonrisa entre irónica y escéptica.
No sé muy bien qué causa o causas influyen
para que el recuerdo guarde fotografías de instantes de la vida. Creo que esta
fotografía vale la pena enmarcarla.
A veces los alumnos (de cualquier edad, por
cierto), ante la posibilidad cada vez más cercana de un suspenso amenazante,
van colocándose en pie de guerra. Y entonces piden “igualdad”. Yo entonces me
doy cuenta de que a veces los alumnos desean igualdad, pero lo que necesitan es
equilibrio. Y también de que debemos tomar conciencia del “significado” que
damos a las palabras.
La CNV me puso en contacto, pues, con la
actitud de CUIDADO, desde sus diferentes facetas: una, la de “defenderse”,
desde la necesidad de establecer límites; otra, la de “protegerse”, desde la
opción de elegir ser feliz por encima de tener razón, ésta es la que tiene en
cuenta nuestros recursos y resistencias, y, por último, la de “rendirse” a lo
que no está en mi mano: “Sí que pasa; sí que duele”. A veces el siguiente paso
en nuestro camino no está en dejar de dar, sino en empezar a tomar.
Y esta actitud de cuidado, como el amor,
empieza por uno mismo. Quizá de esta manera pueda atender mis dos expectativas.
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