ASUNTOS DE LOS SUEÑOS: Vendaval, de Lily Roses

 


¿Qué tendrá la hora de dormir que nos vuelve a todos imbéciles?

Hace tiempo que me hago esa pregunta y la he estado investigando. Malgastamos los últimos minutos del día con deseos a veces casi imposibles.

 


El cincuentón piensa en yates llenos de mujeres de pechos operados, en billetes de 100 y en una virilidad que ni a los 20. La señora del cincuentón, la cuarentona bien entrada, imagina que su marido algún día la sorprenderá llevándosela de luna de miel al Caribe. ¡Já!

El chaval de dieciséis, que juega en el equipo de su pueblo, quiere ser Cristiano Ronaldo. Sabe que Ronaldo también fue feo de joven... ¡No os engañéis! Le dan igual los balones de oro, solo quiere el dinero y la fama. ¡Un buen fajo de billetes arregla cualquier gepeto! ¡Y las titis! El pobre niño, que todavía no se ha afeitado, quiere que una mujer le haga las virguerías que ha visto en la revista guarra de su hermano mayor.

Luego está la chica recién titulada. Lo tiene todo en su haber. Una carrera, un buen trabajo, una salud perfecta... pero le falta algo. Y como todos, cuando se acuesta en la cama y sus ojos se cierran, su mente vuela directa a ese hombre al que todavía no conoce. Alto, guapo, inteligente, deportista, cariñoso, le gustan los niños... y ¡Oh, por descontado! Ella también le gusta... ¿Dónde estará ese hombre? ¿Dónde?

¿No os parece un tanto patético?

En mi concienzudo análisis de los deseos más escondidos también he encontrado a la chica que está empezando a conocer al chico. Ella es mona, sí, pero no se quiere. Su cabeza está siempre sembrada de dudas. ¿Le gusto? ¿Le importo? ¿Querrá algo más? ¿Cómo puedo sorprenderle? Me consta que una simple frase referente a la lluvia puede hacer que se vuelva loca. Y esa chica, esa chica se duerme analizando un futuro que, por bonito que sea, no le llegará. Los finales felices de Disney no existen.

Una vez un tío me dijo que los hombres eran amebas. Seres unicelulares cuya existencia se basa únicamente en cumplir las funciones básicas de un ser vivo. No es que yo lo crea. Pero para el caso, es simple y fácil: no hay que darles tantas vueltas. Ellos son como son. Nosotras somos parecidas, pero nos gusta complicarlo todo. Si pudiera le diría a esa chica que dejase de pensar, que se relajase y se tomase un par de mojitos, que la vida se ve mejor desde la felicidad falsa del alcohol.

Pero todos diréis, qué análisis más banal y frío de la vida. Seguro que hay gente que sueña con hacer el bien, que es feliz con la vida que tiene, que no busca el sexo, el dinero, el amor... Gente que sólo espera llegar a fin de mes, que sus familiares no caigan enfermos o, si lo están, que se mejoren. Sí, sí, sí... es verdad, pero si tuviera que hablar de ellos... nos estaríamos aburriendo.


Y ahora os voy a hablar de mí y con el resumen de mi vida entenderéis porque lo veo todo negro. Conoceréis las razones por las que quiero odiar a las personas y por las que, en cierto modo, también me odio a mí misma. 

Tengo 28 años. Soy bailarina profesional. Mi novio tiene 4 años menos que yo.

Y me pone unos cuernos más altos que la maldita Sagrada Familia de aquí de Barcelona.

Lo sé. Lo sé desde el primer día. He visto cómo la mira. Y joder...

Ahora que estoy aquí, tirada en mi cama, sin nada más que hacer que observar el techo de mi habitación, soy consciente de lo condenadamente mala que es mi vida.

No logro dormir, tan solo doy vueltas y vueltas a lo que ya sé.

Manú me pone los cuernos con Ana.

Ana es... dulce, Ana es... divertida, Ana es... singular. Su cuerpo está hecho para bailar. Sus largas piernas están hechas para... para volar. Puede que penséis que esto suena a envidia. No ... no es envidia lo que siento por Ana. ¡Joder! Ojalá.

De quien siento envidia en lo más profundo de mi ser es de Manú.

Sí.

Así es. Amo a Manú. Pero aquí, en mi cama... todo en lo que puedo pensar ahora mismo antes de dormir es en el deseo visceral de que los labios de Ana recorran mi cuerpo como recorren el de mi novio. Que sus manos busquen en mi persona los más endiablados escondites. Que sus cabellos se enreden con los míos y que el tiempo se detenga.

Joder.

Tengo un problema, y no sé cómo salir de él.

Maldita sea Ana y sus piernas perfectas.

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