MEMORIAS DEL EXILIO: Cuando el amor no tiene tiempo, ¡ni edad!, por José Luis Morro Casas



A Mari Luz Gómez y Pedro, por su ayuda.

Aquella llamada telefónica no fue una de las conversaciones de siempre entre dos viejos amigos. El timbre escandaloso del teléfono resonó, quizás con más fuerza de lo habitual, en la humilde morada de Arturo Aucejo, residente en la población francesa de La Ciotat, pequeña población costera provenzal, equidistante en distancia de la capital del departamento de Bôuches du Rhône, Marsella, y Toulon, ciudad costera que sigue acogiendo buena parte de la flota militar francesa. Arturo trabajó en ella desde finales de los años cuarenta. El trabajo para la Armada francesa, fue destino para muchos españoles que quedaron en suelo francés, tras la segunda guerra mundial, sin posibilidad de regresar a la tierra que les vio nacer.

Al otro lado de la línea se encontraba un amigo de Pascual Villarreal Cerizuelo, natural de Villarreal, en la que vino al mundo en 1.907. Médico de profesión, fue Comisario de Brigada en la Jefatura de Intendencia del Ejército del Centro, durante la incivil guerra española.

Arturo y Pascual se conocieron durante la tragedia española. El exilio afianzó su amistad hasta que, en 1.948, Pascual decidió marchar a otras tierras, tratando encontrar otros horizontes más óptimos allende el gran océano Atlántico, o más lejos aún, al otro lado de suelo americano, al encuentro del otro gran océano, el Pacífico. Lo cierto es, que a finales de la década de los años cuarenta, se desató un busca y captura, una caza de brujas, de todos aquellos que pertenecieron, o seguían afiliados, al partido Comunista en suelo francés. Y Pascual seguía siendo fiel a sus principios. Por eso tuvo que volver a dar un nuevo rumbo a su vida, como lo hicieron muchos otros, hacia tierras de países sudamericanos: Venezuela, Argentina, Uruguay... y Chile, país que le acogió hasta finales de 1.964.

No fue fácil la vida en el altiplano andino. En Francia adquirió experiencia en el mundo de la zapatería. Poco a poco fue abriéndose paso, hasta lograr independizarse creando su propia fábrica. Pero las circunstancias fueron adversas debiendo dejar un negocio floreciente.

Ahora, en otra tierra, volvió a empezar la actividad zapatera, alquilando un pequeño habitáculo que, poco a poco, fue ampliado hasta comprar un pequeño taller en el que producir su propia marca de zapatos.

Tras diez y seis años de permanencia en las altas tierras andinas, la nostalgia ocupó, nuevamente, el lugar ausentado. El suelo europeo, la cercanía de España, el olor y sabor del mar Mediterráneo, amigos fieles... recuerdos que, día a día, afloraban sin atisbo de esfumarse. Todo ese bagaje emocional le hace, en noviembre de 1.964, retornar a Francia. A La Ciotat, en busca del amigo de tantos años. ¡Pero no vino sólo!

En esos años de mediados de los sesenta, ambos amigos se afiliaron al Partido Socialista en el exilio. Pascual trasladó su residencia a Marsella, representando a esta ciudad en el Décimo Congreso del P.S.O.E. celebrado en Toulouse en1.967. Arturo fue como representante de su ciudad. Tras la escisión del socialismo, renovador e histórico, en el Congreso de agosto 1.972, Arturo y Pascual permanecieron siempre fieles al socialismo histórico encabezado por Rodolfo Llopis.

A finales de 1.972, Pascual Villarreal retornó a España, tras treinta y tres años de ausencia. Vino para quedarse y se instaló en Madrid. Poseía buenos contactos en la capital que le ayudaron a llevar una vida digna.

Colaboró políticamente con Don Enrique Tierno Galván, con quien mantenía una buena amistad desde tiempos de Congresos socialistas en el exilio. Es digno resaltar las cariñosas palabras de Tierno Galván hacia Pascual Villarreal, en su libro biográfico "Cabos Sueltos".

Pero el tiempo es inexorable, todo lo alcanza. A finales del mes de abril de 1.974, una indisposición le hizo ingresar en el hospital de La Paz. El Viejo Profesor cuidó que estuviera bien atendido. Dos jóvenes pasantes del Despacho de abogados del futuro Alcalde de Madrid, José Bono y Ventura Pérez Mariño, atendieron, en lo posible, mitigar padecimientos durante la enfermedad de Pascual Villarreal.

Fueron ellos los que atendieron la petición del enfermo y trasladarla al amigo de siempre, Arturo Aucejo.

La propuesta dejó atónito a Arturo. Jamás llegó a pasar por su imaginación la petición que le proponía su gran amigo Pascual, siendo consciente que la vida se escapaba, dejando desamparada y sola a su esposa.

La pregunta fue:

"¿Acepta casarse con su esposa cuando el Sr. Villarreal fallezca?"

Breves segundos bastaron para que Arturo aceptara la inusual solicitud del amigo moribundo. La explicación a tan arriesgada y desesperada petición tenía su explicación. La esposa de Pascual era chilena, casada con un "peligroso comunista republicano español" por tanto, enemigo del nuevo régimen implantado en el país andino. No debía regresar a su país donde sería apresada, puesto que, desde 1.973, se había instalado una bárbara y brutal dictadura militar. El siniestro y sanguinario Pinochet arrebató, por la fuerza de las armas, la democracia chilena asesinando al presidente, libremente elegido por el pueblo, Don Salvador Allende.

En España no tenía familia, además de carecer de disponibilidad económica y laboral. Sólo quedaba, como única opción, la ayuda desinteresada del amigo de siempre.

Pascual Villarreal cerró el arco de su vida el 15 de mayo de 1.974, siendo enterrado en Madrid. Los gastos del sepelio corrieron a cuenta del Profesor Tierno Galván. La recién enviudada tomó vuelo con destino a Marsella, donde la estaba esperando, con mucho nerviosismo, el que iba a convertirse en ángel salvador y nuevo esposo.


Arturo Aucejo Aucejo, nació en la turística y bella población de Navajas (Castellón de la Plana) en 1.912. Agricultor de profesión, aprendió a leer y escribir en la escuela Pública del pueblo, como muchos de su generación. Tomó las armas cuando los facciosos se levantaron contra el gobierno Legal de la República. Tras la derrota salió al exilio, al campo de Argelès y, desde allí, a la Bretaña francesa integrado en una Compañía de Trabajadores.

Con la vergonzosa debacle francesa y el triunfo nazi, Arturo, como muchos republicanos, fueron forzados a trabajar para ellos. En su caso en la dura y penosa construcción de diques para submarinos. Pero logró sobrevivir durante los largos cuatro años de ocupación alemana.

Tras la victoria aliada emprendió el camino al sur, instalándose en la pequeña población marinera de La Ciotat, en la Provenza. Fue albañil, pero pronto encontró trabajo en el Arsenal militar de Toulon, en el que permaneció hasta su jubilación.


¡Con sesenta y dos años así, de golpe, iba a dejar atrás la condición de soltero!

Leonor Castillo Cádiz nació en el país andino en 1.922. Hija menor de una familia de seis hermanos, cuatro niñas y dos niños, no tuvo tiempo en disfrutar de la madre, fallecida en su alumbramiento.

El padre fue un hacendado medio, sin graves dificultades económicas. Leonor fue saliendo adelante gracias al cuidado de sus hermanas. Todo parecía normal en la familia sin alarmantes sobresaltos hasta que, el padre, contrajo nuevas nupcias.

La nueva dueña de la casa era muy joven, apenas diez y ocho años. Pronto quedó embarazada naciendo el primer vástago. Aquella nueva vida supuso un cambio radical en la familia. Leonor empezó a observar y sentir en su tierna carne, como sus hermanas y hermanos, eran tratadas como viles sirvientas y lacayos a los caprichos de la madrastra, al tiempo que el padre les retiraba su apoyo y, peor aún, su cariño.

Empeoró aún más la situación familiar cuando el cuarto hijo de la madrastra nació a la vida. Con apenas seis años, las hermanas, en complicidad con unas hermanas de su madre, hartas del pernicioso trato de la nueva señora, tomaron la decisión de huir de la casa y encaminarse hacia una pequeña población del altiplano chileno. Leonor encontró cobijo en casa de una tía, que le dio todo su cariño, mientras sus hermanas se repartieron por casas de otras tías y poblaciones.

Aprendió la enseñanza obligatoria mientras, que, poco a poco, fue enamorándose de la profesión de su tía, enfermera de un pequeño dispensario.

Fue así como se hizo sanitaria, intentando curar, a pesar de las carencias médicas y farmacéuticas reinantes de la época, a vecinos de la población y otras circundantes.

Encontró el amor en 1.949, cuando apareció en el pueblo Pascual Villarreal.

Pronto intimaron. Quince años les separaban, pero estaban decididamente enamorados y se casaron. No tuvieron hijos, pero fueron felices. Pascual sí los tuvo del primer matrimonio, que tuvo que dejar en España por la guerra.

De Chile pasaron a Francia, al tiempo que conoció a Arturo. De ésta, a España, donde falleció Pascual.

Arturo y Leonor se casaron por lo civil. Se sintió segura. Nada ni nadie podía hacerla retornar a su país.

Arturo se jubiló. Nuevas expectativas se abrieron en España tras la muerte del dictador. Llevaba cerca de cuarenta años sin regresar a su pueblo y, como todos los que fueron lanzados al exilio o las emigraciones económicas, volver a su tierra fue su obsesión.

A mediados de la década de los ochenta Arturo y Leonor regresaron a Navajas.

Un coqueto chalet en el camino hacia el manantial de La Esperanza, fue su residencia durante más de quince años. Arturo Aucejo a pesar de un aparente mal genio, amó a Leonor, siendo correspondido por una señora de carácter más dulce en el trato.

Les conocí a finales de la década de los noventa. Pasamos muchas tardes juntos contando sus azarosas historias en la vida. Tuvieron el maravilloso gesto de donar su pequeña biblioteca al Ayuntamiento de Jérica. Graciosamente me regalaron algunos ejemplares, que guardo con cariño y recuerdo a su memoria.

Arturo marchó primero, en febrero de 2.001. Leonor en septiembre de 2.004.

Unos escasos diez metros les separan en su morada eterna del cementerio municipal, a escasa distancia del río Palancia, donde continúan y siguen aprendiendo a amar.



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