ENLACES: Obtusa, por María Elena Picó Cruzans
Las palabras no sólo me acompañan; a menudo, me asaltan. Así ha ocurrido con la palabra “obtusa”. Y así suele ocurrir con estas palabras, que llevan integrado en su significado denotativo la modalización subjetiva de la connotación.
La palabra obtuso tiene varias definiciones asignadas en el diccionario:
1. Que no tiene punta. Como sinónimo de
despuntado, mocho, romo, chato, achaflanado…
2. Que comprende con dificultad y
lentitud. Como sinónimo de tardo, lento, corto, torpe, zafio, zote, cerril,
necio, rudo… asno, bobo, cerrado, negado…
3. En GEOMETRÍA se aplica al ángulo
mayor de 90º y menor de 180º
Lo cierto es que es difícil imaginar
que una persona que te llame “obtusa” esté diciéndote algo bonito. No obstante, esta costumbre que tengo de
“rescatar” palabras a veces me lleva a tomar dosis de mi propia medicina. Suelo
explicar a mis alumnos que los adjetivos calificativos que usamos para
describir estados emocionales y rasgos de personalidad (temperamento, carácter
e inteligencia) son siempre subjetivos. Y además les digo que los adjetivos
describen en gran medida los límites de la persona que los usa, y que, respecto
a la persona que los recibe le aporta la posibilidad de mirarse en el espejo de
la propia proyección.
Está claro que la persona que me llamó
“obtusa” usaba la segunda acepción de la palabra. No creo que le importe mucho
mi nariz o el estado de la punta de mis tijeras. Y lo siento, la verdad, porque
ésta es una bonita acepción; de ésas que nos serviría para rescatar la palabra
de esa connotación negativa con la que ha sido dotada. Obtusas son las colinas
que han cedido a las inclemencias y que se mecen en paisajes ondulados. Pero
no, no creo que se refiriera a ésta.
La segunda. Aquí es donde creo que me
incluía lo nombrado. Difícil rescate. Torpe, lenta, corta, cerril, boba… Una no
sabe por dónde comenzar el rescate o si quedarse en la retaguardia esperando
que una manada de elefantes se la lleve a mejor vida.
Lo curioso es que el rescate se abre en
la propia palabra (es la magia): la tercera acepción viene a salvarme. Los
ángulos obtusos han recorrido ya la mitad del camino: han pasado de la oclusión
a la rectitud de los 90º y comienzan a abrirse poco a poco hacia la planicie de
lo llano. Más tarde, cuando se haya atravesado el lado convexo se irá
adentrando en el lado cóncavo de la vida, ése que lleva a considerar lo vivido
como parte integrante de lo que nos queda por vivir. Y cuando sea ya un ángulo
completo, si todo va según lo previsto, comenzará de nuevo a la cerrazón previa
de la apertura de la agudeza previa a la rectitud y previa a la “obtusidad”.
Aunque, sin que me sorprenda demasiado,
es la propia palabra la que tienen el coraje de rescatarse a sí misma. Las
palabras tienen a la etimología para estos efectos.
También se asocia esta voz latina a una raíz indoeuropea (s(teu)), que dio lugar a palabras como estúpido y estudio; así como a tos y tosferina… En fin…
Lo más curioso de todo es que la
Etimología me ha llevado a los vericuetos de una conclusión: esta palabra no
requiere de ningún rescate. De qué serviría mirar los ángulos obtusos de las
estrellas; la necesidad de que en algún momento del día sean las tres menos
diez; las alas de las aves; lo incómodo que resulta la agudeza en una tumbona;
recuperar esa posición de nitidez en la pantalla del ordenador; la belleza del
ocaso entre dos colinas… Pero nada de esto importa. ¿Por qué nadie tendría que
venir a rescatarme de la torpeza, la estupidez y las contusiones de la vida?
Nadie; salvo yo misma puedo hacerlo. Y esto también forma parte del
aprendizaje.
De vegades, la
pau
no ésmés que
por…
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