ENLACES: Salamandra, por María Elena Picó Cruzans



Con este artículo comienzo una nueva sección: “Enlaces”. Quiero escribir sobre aquellas cosas que habitan el Alma y que los libros que me acompañan hacen que surjan y se expresen. Así, pues, mis palabras irán naciendo a partir de la breve cita de uno de ellos.

Hay palabras que nos enlazan con la vida, que nos sumergen en aguas profundas donde no se requieren trajes de neopreno ni bombonas de oxígeno para sobrevivir; aguas oscuras, a veces siniestras, en las que no se requieren linternas ni enseres luminosos. Sólo silencio. Sólo palabras.

Creímos durante un tiempo que las iglesias nos librarían de Dios.
El Bajísimo, Christian Bobin


A menudo las personas cuando tenemos un tesoro en las manos tendemos a buscar un lugar donde colocarlo. Suele ser un altar; a ser posible que no llegue a la altura de los niños. Y así podemos verlo, venerarlo y desposeernos de él. Dios es nuestro gran regalo desposeído. Es el tesoro a la vista siempre escondido a nuestros corazones. Y mientras tanto vamos levantando muros alrededor de los altares.

Todas las iglesias comienzan a construirse por un altar. Y envestimos vírgenes niñas dotándolas de coronas que no pueden ni sostener en sus pequeñas cabezas que aún no han tenido tiempo de sumergir en el mar.

Leyendo este libro de Christian Bobin me han venido a la mente y al espíritu muchas visitas y metáfora.

He pensado que quizá deberíamos plantearnos que la escuela no fuera un castigo, sino un lugar de encuentro donde experimentar desde un lugar seguro, que nos conecte con nuestro lugar de fuerza.

Sería como pasar del catolicismo al protestantismo. Como pasar del locus de control externo al locus de control interno. Como pasar de creer que tu vida consiste en llevar la contraria a la idea que tu padre tiene de ti, a sentir que lo que tu padre quiere que seas es justo lo que tú quieres ser para ti mismo. Y acabas siendo lo que tú has venido a ser, a pesar de que coincida con lo que tu padre esperaba que fueras.


Creí que no era creíble eso que estaba sintiendo aquella mañana en la que entré en la iglesia y me di cuenta de que Dios ya no estaba allí. No siempre había sido así. Recuerdo los momentos de oración en los que sí sentía su presencia.

Y es que no siempre Dios fija su residencia en las iglesias. Puede ser que se instale unos días (incluso años o siglos); pero un buen día, sin avisar ni dejar notas de despedida, emigra, con o sin mochila, y se hace caminante o arriero o tratante o vagabundo o loco… y pasa desapercibido entre las multitudes, como una sombra en la noche. Sus ropas no son distintas ni exultantes. Su atuendo es sencillo y desapercibido.

Cuando Dios marcha me pregunto a quién rezamos en la iglesia vacía, recubierta de volutas y ocres. Quizá recemos para que Dios vuelva; pero Dios nunca vuelve a una iglesia vacía. Vuelve, quizá, a las que han sido derruidas o desvencijadas; pero nunca a una iglesia vacía. Vuelve a lo desposeído porque se siente como en casa. Él sabe que es el gran desposeído.


El concepto de creatividad es una necesidad. No existen personas creativas y no creativas. Existe cerrazón y apertura creativas. Existen personas totalmente cerradas: ni prestan atención ni permanecen atentas.

Si sólo presto atención estoy pendiente de lo que se hace figura. Entonces la motivación va a ser externa.

Si permanezco atenta es cuando yo misma puedo dibujar figuras en el fondo.

Hay personas que están medianamente abiertas: son las que prestan atención. Y se convierten en artistas aficionados.

Hay personas abiertas completamente: son las que permanecen atentas. Y se convierten en artistas. Son los que por ellos mismos hacen que emerjan figuras en el fondo.

Son muchas las citas que me han llamado desde este libro, pero, por alguna razón, es ésta la que me enlaza con la vida.




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