MEMORIAS DEL EXILIO: Antonio Soriano: La aventura del saber, por José Luis Morro Casas
José Luis Morro Casas y Antonio Soriano |
Muchos
de los miles de lectores en lengua castellana que se acercaron interesados por
la historia contemporánea de nuestro
país, han leído uno de los libros más completos del hispanista francés Pierre
Vilar “Historia de España”, que hasta
2.009 llevaba 22 ediciones. Lo que ya no es tan conocido es que, tras esa
importante obra, se hallaba un segorbino cabal, demócrata y enamorado de la
obra machadiana hasta la médula, como fue Antonio Soriano Mor (Segorbe 1.913 –
París 2.005).
En
ocasiones existen fechas que marcan para siempre la trayectoria de hombres y
mujeres, como ocurre con nuestro personaje, donde el mes de febrero se cruzó
decisivamente en su longeva existencia: nacimiento, 15 de febrero de 1.913;
exilio, 13 de febrero de 1.939; reconocimiento oficial por el gobierno español,
14 de febrero de 1.995.
Nacido
en el número siete de la calle Arrabal de Segorbe, fue el séptimo hijo que
sobrevivió al matrimonio de Leonardo Soriano y María Mor. Aunque para él su
verdadera fecha de nacimiento fue ¡el 14 de abril de 1.931!... Fue creciendo al
amparo de una familia humilde, los únicos ingresos los proporcionaba el padre,
maestro albañil de profesión. En esos años de principios del siglo XX, los
ciudadanos de la ciudad se dedicaban, en su mayoría, a trabajos de
subsistencia, agrícolas y de servicios principalmente, y en la creciente
actividad del ferrocarril. Sociológicamente, Segorbe era una ciudad religiosa,
clerical y caciquil, con grandes dosis de un más que considerable y rancio
conservadurismo.
Con
el padre trabajaban como jornaleros sus tres hermanos varones, en un ambiente que
tantas décadas ha perdurado en la base social y rural española, el
analfabetismo, pues los padres de familia hacían suya la tradición del trabajo
antes que la formación intelectual de los hijos. Muy pronto descubrieron que el
futuro como la profesión del padre tocaba a su fin. A principios de los años
veinte abandonaron, literal, casa y padres, encaminando sus pasos hacia la
cosmopolita Barcelona, iniciando una nueva vida.
Soriano
llegó a la efervescente ciudad condal, a casa del hermano mayor Bernardo,
instalándose el tiempo necesario hasta encontrar un trabajo estable en una
joyería que, con el sueldo que ganaba, proporcionó independizarse de aquella
casa y lograr alejarse de una cuñada escasamente afectiva.
En
el barrio de Sant Gervasi comenzó a saborear y notar el pálpito de la ciudad,
recorrer sus calles, largas avenidas y contemplar, maravillado, el mar. Fueron
días y años trepidantes para el joven Soriano. El trabajo diario en la joyería
Roca, el comienzo del bachillerato, la política, llegando a la Secretaría
General de las Juventudes Socialistas Unificadas de Barcelona, ¡y la llegada de
la República! Ese nuevo aire de libertad le permite descubrir y acceder a
numerosas publicaciones procedentes del este europeo, así como la obra
marxista. Pero es con Don Antonio Machado con quien se identificó plenamente,
sus obras fueron siempre sus verdaderas biblias, hasta el final.
En
1.934, fue nombrado bibliotecario del Ateneo Enciclopédico Popular, siendo el
lugar donde nace su verdadera pasión por la obra impresa, acrecentada por la
lectura de “Galaxia” de Gutemberg.
Pero
la incivil guerra trastocó todo aquel impulso cultural y profesional. Tras la
dureza y múltiples vicisitudes asumió su responsabilidad, tomando las armas
para defender sus planteamientos y los de su clase. Siendo, como fue, un
activista destacado y señalado en la línea democrática y progresista, coherente
con sus ideas y su idiosincrasia obrera, marchará al exilio tras la derrota
republicana. Fue el precio a pagar por defender el régimen legal como fue la
Segunda República española. Herido, agotado y abandonado de fuerzas, con 26
años, cruzó la frontera en brazos de sus amigos. Atrás dejaba, por muchos años,
tierra española.
Durante
tres semanas permaneció “alojado” junto a miles de republicanos en
Bourg-Madame, en campos para ganado. El cielo, plomizo y frío, fue el techo
donde cobijarse; el barro y la nieve fueron lecho donde poder lograr descansar
toda la debilidad. Todo era dolor y desgracia, hasta el aliento.
Con
el paso de los días y a la gratitud de esos amigos, que le ofrecían porciones
de alimentos, logró recuperarse. En la estación de La Tour de Carol, como a
bestias, fueron transportados en tren hacia el campo de concentración de Bram,
lugar cercano a Carcasona, donde permaneció hasta mediados de noviembre de
1.939, cuando fue enviado a Genouilly, cerca de Bourges, en el centro de
Francia, para trabajar como ¡agricultor!
Con
la invasión alemana huyó como muchos, como todos, camino del sur. Al cabo de un
mes, tras largo y penoso caminar, llegó a Toulouse. Allí participó en el
desarrollo de un sistema de supervivencia, que logró mantener la dignidad y
presencia social de quienes tenían como recurso alimentar la resistencia en la
desaparición del progreso dentro de su país. Toulouse fue la ciudad donde llevó
a la práctica el maravilloso sueño del Ateneo Enciclopédico.
Librería Española en París |
Animado
por sus inquietudes intelectuales y por la efervescencia antifranquista que se
vivía en el exiliado, fundó, junto a su amigo, antiguo profesor del Ateneo,
José Salvador, tras la retirada alemana, el “Centro de Estudios Económicos
Toulouse – Barcelona” que funcionó como observatorio de hechos de España así
como foro de debate de las más encontradas opiniones. El Centro pasó a llamarse,
en 1.946, “Librería de Ediciones Españolas”, germen de la que, tres años
después en París, sería la mítica “Librería Española” en el 72 rue de Seine,
corazón del barrio Latino, que también funcionó, a finales de los cincuenta,
como Editorial Española. Como el mismo escribe: “Yo estaba loco en aquel tiempo, seguramente, aunque fue una aventura
maravillosa”.
La
Librería, al tiempo que le permite vivir dignamente, serviría durante décadas para
mantener el fermento de la revolución, que tan difícil se había hecho en suelo
español. Aquellas paredes se convirtieron en lugar de cita obligada para los
españoles que vivían en Francia y para los que viajaban desde España a París
durante los años negros del franquismo, donde podía adquirirse el alimento
espiritual que aquí se les negaba. Lugar de reuniones de variados contertulios,
entre sí y con escritores y pensadores franceses, latinoamericanos y españoles,
prohibidos y censurados en España; quizás una frase de Soriano resuma toda
aquella labor intelectual: “Yo he
trabajado más por mi patria que por mi cuenta”.
Antonio
Soriano hizo mucho más que vender libros, pues no sólo es esa la labor de un
buen librero. Su labor ha jugado un papel clave en la difusión de ideas, supo
crear espacios para la formación de opinión, transmisión de conocimientos y
estímulo a la lectura, haciendo del libro un antídoto contra la ignorancia, sin
el cual nunca habríamos alcanzado el grado de libertad que disfrutamos hoy.
Por
aquella embajada cultural pasaron Juan Marichal y Julio Cortázar; Pablo
Neruda y Dionisio Ridruejo; María
Casares y los hermanos Goytisolo; Albert Camus o Juan de Otero, Díez-Canedo,
Camilo José Cela, Álvarez del Vayo, Alfonso Guerra, Felipe González; Máximo
Cajal, Manuel Tuñón de Lara; hispanistas franceses como Jean Cassus,
profesores, cantautores como Paco Ibáñez, pintores, actores, directores como
Buñuel…y su querido amigo Max Aub, con quien mantuvo una estrecha relación de
amistad y epistolar.
Antonio Soriano |
Nos
conocimos un día de abril de 1.993, en plena calle de nuestro barrio de nombres
árabes. Venía de casa de sus amigos Joaquín Escolano y Victoria, que sigue
entre nosotros cerca de ser centenaria. Parecía un dandy, como se usaba en la
década de los sesenta. Hablamos y hablamos durante horas. Nos escribimos y
telefoneamos muchas veces. Aprendí con él y de él historia de España y del
exilio español. Escribí de Soriano en dos congresos: Barcelona y París. Llegó a
ser nombrado Hijo Predilecto y una calle de Segorbe lleva su nombre y
profesión, de la que siempre estuvo enamorado: “Librero”.
La
última vez que nos encontramos fue en su casa parisina, pero Soriano ya no era
el Soriano que conocí, culto, inteligente, mordaz e irónico. Era otro Soriano
viviendo en su nuevo mundo, hasta llegar a él en octubre de 2.005. Sus cenizas
reposan en el cementerio de la ciudad que le vio nacer.
La
Librería cerró. Una placa recuerda lo que fue aquel centro de cultura, pero
siempre la llevaré conmigo cuando la visité, pues siempre le estaré agradecido
por abarcarme en su grande y generoso corazón.
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Maria jose ARESTE
ResponderEliminar(miércoles, 05. abril 2017 17:15)
descubro fascinada la vida de este español Internacional... Gracias a mi amiga Sonia. Es todo un lujo
Danielle Triay
ResponderEliminar(martes, 04. abril 2017 01:34)
Gracias por esta semblanza maravillosa de un republicano tan parecido en destino como el de mi padre: derrota republicana, resistencia francesa, exilio por siempre, dolor e inteligencia inabarcables. Danielle Triay
GRACIAS amigo a papa le hubiese gustado esto ya lo sabes te apreciaba mucho abrazos. Sonia Soriano
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