LAS COSAS DE ALY: Los deseos de cumpleaños, por Aly y Ancrugon
Aly
se marchaba aquella tarde más temprano porque tenía que preparar un cúmulo de
cosas para una fiesta de cumpleaños, la cual tenían previsto celebrar esa misma
noche, lo que a mí no me parecía muy bien, pues siempre hacía lo mismo: lo
dejaba todo cuando había algo festivo que realizar, y los exámenes estaban
cerca… aunque da igual que me enfade o no, ella siempre se sale con la suya...
Así que me explicó, con todo detalle, eso también lo tiene, que iban a casa de
unos amigos a cenar porque ellos cumplían los años casi al mismo tiempo que
ella y su padre y que sería una súper fiesta, y tal, y tal, y tal… Conclusión,
me llenó la cabeza de imágenes divertidas y se largó.
El
caso es que las celebraciones de Aly tienen siempre una segunda parte, pues al
día siguiente me relató, con pelos y señales, todo lo acontecido en la multi celebración
cumpleañera y, de las mil y una anécdotas que me contó, se me quedó grabada una
que me dio una idea: todos los que celebraban el aniversario aquel mes apagaron
juntos las velas mientras pedían sus correspondientes deseos, y añadió: “¿Te
imaginas que se mezclasen los deseos y unos recibiesen lo que otros habían
pedido…?”
Bueno, podía ser gracioso, ¿no?...
LOS
DESEOS DE CUMPLEAÑOS
La
fiesta de cumpleaños de abril, la familiar, siempre tuvo mucha importancia para
Alicia, no tanto como la que celebraba con la pandilla, pero, tal vez, sí era
algo más especial en cuanto a significado, a contenido sentimental, a calor de
hogar… y todo porque el mes de abril era mágico para todos ellos ya que les
había dado por nacer, en el pequeño espacio de treinta días, a varios
componentes de la misma, por eso, aquella noche, se habían reunido para
festejarlo.
Uno
de los festejados resultó ser el abuelo, quien era tan mayor que ya hacía años
que en su tarta sólo aparecía una vela, total, no iban a caber… pero desde que
decidieron hacerlo en común, la suya era siempre la más grande. De buena
compostura todavía, daba la sensación de haber sido un buen mozo en su
juventud; hombre afable y tranquilo, siempre tenía, en cambio, ganas de
bromear, sobre todo a la hora de hacer cosquillas, algo que atormentaba a
Alicia, pues se sabía incapaz de resistir, sin embargo, a pesar de aquellos
ataques, la mayoría de ellos a traición, ella lo adoraba, ya que veía en él
algunas de las virtudes que deseaba poseer, como la paciencia, la seguridad, la
amabilidad… Sin embargo, al abuelo le pesaban los años y continuamente estaba
cansado y hacía verdaderos esfuerzos para aparecer alegre y bromista y, con cada
día más frecuencia, ya no tenía demasiadas ganas de fiestas, por eso solía
decir que envidiaba la vida de Ramón, el gato, ya que éste se pasaba el día
tumbado sin hacer absolutamente nada y sólo se movía para alimentarse o
perseguir alguna gatita coqueta. Y es que el abuelo, en el fondo, todavía
seguía siendo muy pícaro… Este felino también había nació en abril, aunque con
muchos menos años y, ciertamente, era muy vago, por lo que se estaba poniendo
como una pelota y se estaba volviendo más lento, aunque no parecía importarle
demasiado, el único que le hacía correr era el primo, cuando venía de visita, a
quien su distracción favorita parecía ser incordiar al gato, sin embargo,
Ramón, en vez de huirle cuando llegaba, parecía encantado con él y con sus juegos,
por lo que no se apartaba de su lado hasta que se marchaba. Y es que el primo,
otro de los homenajeados, un veinteañero eternamente malhumorado en familia,
aunque con bastante éxito en sociedad, a causa de emplear bastante tiempo en el
gimnasio y en correr, además de ser un derroche de simpatía con las chicas, no
le quedaba demasiado tiempo para estudiar y era, lo que vulgarmente se dice, un
analfabeto funcional, algo que no le había preocupado nunca hasta que quiso
encontrar trabajo… Así que muchas tardes se pasaba por casa de Alicia para que
ella le orientase en algo, batalla más que perdida a pesar de los esfuerzos de
la muchacha. Sin embargo, curiosamente, su ídolo en la vida era la tía
solterona de ambos, la cual había sabido echarle morro a la vida y vivía como
le daba la gana, lo cual suponía toda la aspiración del primito.
La
tía, quien había cumplido los cuarenta hacía dos días, a pesar de que ella
pregonara a los cuatro vientos que todavía andaba por los treinta y cinco, se
mantenía de muy buen ver, sin embargo, ella ya no se veía de la misma forma, y
su mítico desparpajo, su clásico cinismo, su desenfreno en vivir, su desorden
en el amor y su arte en el manejo de los hombres, le habían llevado a una
orgullosa soledad que, en el fondo, era todo fachada, pues su presente estaba
repleto de melancolía y envidiaba los dieciséis años de Alicia que ella
dilapidó sin pena ni gloria, como el resto de sus edades…
Así
que, esa noche, allí estaba la tarta con las cinco velas, incluida la del gato,
claro, y los cinco, excepto Ramón que intentaba liberarse de los brazos de
Alicia para hincar sus dientes en el dulce manjar, esperaban dispuestos a
soplar mientras se concentraban en pedir sus respectivos deseos más anhelados.
El resto de la familia cantaba “Cumpleaños feliz” y, al concluir, los cuatro se
abalanzaron entre resoplidos y se hizo la oscuridad. Alguien encendió la luz y todos
comenzaron a aplaudir y a besuquearse, lo que aprovechó el gato para saltar al
suelo y alejarse hasta un rincón. La abuela, con su buena disposición, se
aprestó a trocear la tarta y a repartirla en los platos, mientras que el padre
de Alicia llenaba los vasos con cava. Sin embargo, entre el jolgorio general, nadie
se había dado cuenta de que los cinco agasajados se comportaban de una forma
extraña, como si estuvieran totalmente fuera de contexto. Quietos,
petrificados, se miraban los unos a los otros con ojos llenos de asombro y se
señalaban como si no pudieran creérselo, y se tocaban para convencerse de que
era cierto lo que veían, y lo que sentían. menos el abuelo quien, en un
descuido de su nieta, que le tenía cogido de las manos, se lanzó sobre la tarta
devorándola sin contemplaciones y ensuciándose toda la cara ante el regocijo
del resto, a lo que él comenzó a soltar bufidos de enfado enseñando los dientes
postizos a todo el que intentaba acercarse a su presa.
La
primera en reaccionar fue Alicia, la cual, muy seria y con cara de susto, se
llevó las manos a la cabeza y exclamó: “¡Dios mío, qué hemos hecho!” Sin
embargo la tía reía como una adolescente achispada y señalando a su sobrina
decía: “¿Pero qué he bebido?... ¡Si me veo ahí!...” Mientras el primo,
gesticulando como un travesti en plena actuación, miraba a la tía y gritaba
igual que un poseso con voz aflautada: “¡Pero qué locura es esta!...” Aunque el
asombro de todo el personal llegó a la
cumbre cuando Ramón, el gato, saliendo de su anónimo rincón con el rabo bien
tieso, se dirigió hacia la puerta donde, tras detenerse un instante y mirar
hacia atrás con escepticismo, dijo con voz clara y sosegada que oyeron a la
perfección todos y cada uno de los presentes: “¡Esta familia no tiene remedio!”
Y salió dejando al personal con la boca bien abierta.
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