CENTENARIOS: José Zorrilla cumple dos siglos, por Ancrugon
La obra de Zorrilla está
impregnada, pues, por estas relaciones con sus progenitores, quienes le
modelaron la personalidad, siempre en lucha con la contradicción a causa del
choque entre la educación tradicionalista y sus ideas progresistas, así como
por su naturaleza voluptuosa, que le hacía buscar el calor de las mujeres,
desde sus tempranos devaneos con una prima, hasta sus dos esposas y un buen
número de amantes, más o menos ocasionales, y no debemos olvidarnos de sus
obsesiones, alucinaciones e, incluso, su sonambulismo, que le inclinaban hacia
las fantasías más espeluznantes, lo cual pudo ser producto del tumor cerebral
que le llevó a la tumba.
Como persona, según
comenta el poeta e historiador pucelano Narciso Alonso Cortés, quien escribiría
su biografía, Zorrilla era un hombre independiente, bondadoso y muy buen amigo,
aunque se comportaba como un niño con el dinero y no tenía ningún interés por
la política.
A los nueve años, marchó
con su familia a Madrid, ya que su tutor fue nombrado superintendente de la
policía, e ingresó como alumno en el Seminario de Nobles, el cual administraba
la orden de los jesuitas, donde tuvo sus primeras experiencias con el teatro.
Pero a la muerte de Fernando VII y con la regencia de su viuda María Cristina,
mientras la futura Isabel II fuera menor de edad, el padre de Zorrilla, por motivo
de su inclinación hacia la causa de don Carlos, fue desterrado a la localidad
burgalesa de Lerma y él acabó hospedado en la casa de un tío canónigo mientras
estudiaba derecho en la Real Universidad de Toledo.
Pero el joven José estaba
más por admirar las sutilezas femeninas, la afición por el dibujo y por los
libros de aventuras de Scott, Dumas, Victor Hugo o por los poemas de
Espronceda, que por la aspereza del mundo de las leyes, conclusión, su recto
padre, tras realizar diversos intentos de sacar algo en claro de aquella
cabeza, lo envío a Lerma con la sana intención de hacerle trabajar en los
viñedos de la zona, sin embargo aquello no entraba en los planes de José y, en
un descuido de sus acompañantes, cogió una montura “prestada” y se largó a
Madrid con la sana intención de frecuentar los ambientes literarios y bohemios
de la capital, lo cual era sinónimo de pasar bastante hambre.
Pero la constancia hace
maestros, y si al principio, para sobrevivir, tuvo que hacerse pasar por un
dibujante italiano, enviar algunos poemillas a revistas, pronunciar
incendiarios discursos revolucionarios y refugiarse entre sus amigos gitanos
para huir de la policía, pronto comenzaría a cultivar amistades más
productivas, como la de su paisano Miguel de los Santos Álvarez quien, a pesar
de ser de la misma edad, parecía haber aprovechado mejor el tiempo y ya se
codeaba con figuras del romanticismo tales como Espronceda, Escosura,
Hartzenbusch o Larra en la tertulia de El Parnasillo. Así que pronto comenzó a
escribir en serio para los periódicos El
Español y El Porvenir, poemas y
artículos, y también se estrenaron sus primeras obras dramáticas, contratándole
el empresario teatral Juan Lombía (más conocido por su obra El sitio de Zaragoza), para el Teatro de
la Cruz, donde estrenaría numerosas obras y, sobre todo, su Don Juan Tenorio.
A los veintiún años se
casó con una viuda irlandesa bastante mayor que él, quien ya contaba con un
hijo y al que se sumó el que tuvieron ellos, el cual murió muy pronto, pero
esta unión no fue ni muy acertada ni feliz, aunque Zorrilla se consolaba con su
corte de amantes, abandonando a la esposa trece años después y marchando a
París donde frecuentó otras compañías, además de conocer a Dumas, Musset,
Víctor Hugo, Gautier o Amandine Aurore Lucile Dupin, más conocida por su
pseudónimo George Sand.
Al morir su madre,
regresa a España y comienza una época de reconocimientos públicos: miembro de
la Junta del Teatro Español, exaltación en el Liceo, admisión como miembro de
la Real Academia de la Lengua, lanzamiento editorial de sus obras… pero su
padre murió sin querer perdonarle y dejándole en la miseria, y su mujer volvió
a acosarle. Huyendo de ella, regresó a París, buscando refugio en los brazos de
su amante Leila, para luego realizar un periplo que le llevó por Londres, Cuba
y México, donde encontró el sosiego bajo la protección del Emperador
Maximiliano I, quien le nombró director del desaparecido Teatro Nacional.
Otra muerte le devolvió
de nuevo a España, la de su esposa, y fue en Madrid donde se enteró del triste
final del primer y único emperador mexicano, a quien le dedicó un sentido
poema. Desengañado del mundo y de la fe religiosa, intentó rehacer su vida casándose
con Juana Pacheco y, a pesar del amparo de alguna familia noble y de diversos
premios o recitales, incluso fue coronado como poeta en el alcázar de Granada
por el Duque de Rivas, quien lo hizo en representación de la regente María
Cristina, volvieron los apuros económicos que ya no le abandonarían hasta su
muerte, acaecida el 23 de enero de 1893 en Madrid.
Inició su extensa obra
con Poesías, una serie de ocho
volúmenes que comenzaría en 1837 y concluiría cuatro años más tarde; en 1852
escribiría un poema descriptivo titulado Granada,
el cual quedó inconcluso. Entre sus leyendas se pueden citar: Cantos del trovador (1840-1841), Vigilias del estío (1842), Flores perdidas (1843), Recuerdos y fantasías (1844) y Un testigo de bronce (1845). Su primera
obra teatral fue Vivir loco y morir más
(1837), El zapatero y el rey (1840), El eco del torrente (1842), Sancho García (1842), El molino de Guadalajara (1843), Sofronia (1843), El puñal del godo (1843), Don
Juan Tenorio (1844) y Traidor,
inconfeso y mártir (1849). En sus últimos años de vida vieron la luz: Recuerdos del tiempo viejo (1880-1883), La leyenda del Cid (1882), El cantar del romero (1883) y Mi última brega (1888)
Para concluir, y como
ejemplo de su obra, os ofrecemos dos buenas muestras, la primera consiste en el
conocido romance “Corriendo van por la
vega”, que leeréis seguidamente, y el segundo, un enlace a la Biblioteca
Virtual Miguel de Cervantes, donde podréis leer la obra completa Don Juan Tenorio.
CORRIENDO
VAN POR LA VEGA
Corriendo van por la vega
a las puertas de Granada
hasta cuarenta gomeles
y el capitán que los manda.
Al entrar en la ciudad,
parando su yegua blanca,
le dijo éste a una mujer
que entre sus brazos lloraba:
«Enjuga el llanto, cristiana
no me atormentes así,
que tengo yo, mi sultana,
un nuevo Edén para ti.
Tengo un palacio en Granada,
tengo jardines y flores,
tengo una fuente dorada
con más de cien surtidores,
y en la vega del Genil
tengo parda fortaleza,
que será reina entre mil
cuando encierre tu belleza.
Y sobre toda una orilla
extiendo mi señorío;
ni en Córdoba ni en Sevilla
hay un parque como el mio.
Allí la altiva palmera
y el encendido granado,
junto a la frondosa higuera,
cubren el valle y collado.
Allí el robusto nogal,
allí el nópalo amarillo,
allí el sombrío moral
crecen al pie del castillo.
Y olmos tengo en mi alameda
que hasta el cielo se levantan
y en redes de plata y seda
tengo pájaros que cantan.
Y tú mi sultana eres,
que desiertos mis salones
están, mi harén sin mujeres,
mis oídos sin canciones.
Yo te daré terciopelos
y perfumes orientales;
de Grecia te traeré velos
y de Cachemira chales.
Y te dará blancas plumas
para que adornes tu frente,
más blanca que las espumas
de nuestros mares de Oriente.
Y perlas para el cabello,
y baños para el calor,
y collares para el cuello;
para los labios... ¡amor!»
«¿Qué me valen tus riquezas
-respondióle la cristiana-,
si me quitas a mi padre,
mis amigos y mis damas?
Vuélveme, vuélveme, moro
a mi padre y a mi patria,
que mis torres de León
valen más que tu Granada.»
Escuchóla en paz el moro,
y manoseando su barba,
dijo como quien medita,
en la mejilla una lágrima:
«Si tus castillos mejores
que nuestros jardines son,
y son más bellas tus flores,
por ser tuyas, en León,
y tú diste tus amores
a alguno de tus guerreros,
hurí del Edén, no llores;
vete con tus caballeros.»
Y dándole su caballo
y la mitad de su guardia,
el capitán de los moros
volvió en silencio la espalda.
Para poder leer la obra "Don Juan Tenorio" clicad sobre esta fotografía |
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